jueves, 14 de enero de 2010

El viajar es un placer V

El del anochecer


Empieza a bajar el sol. Cada cual va retornando a su hogar. Poco a poco el bullicio que supo ser habitué del colectivo vespertino, va transformándose en silencio, dando alguna clase de sosiego a los aturdidos pasajeros. Cansados del ajetreo de la jornada, el silencio es mas que un regalo. Este colectivo no tiene un horario determinado, va oscilando entre las 8 y las 10 de la noche (en estas épocas de hora K, mas cerca de las 10 que de las 8). Con suerte este colectivo logra levantar alguna clase de velocidad. Menos transito, menos pasajeros, menos demora.
Un rasgo destacable es el “chofer-amigo” que siempre, indefectiblemente, sube, al menos por unas cuadras. Se ubica al lado del chofer, o en su defecto y dada las circunstancias oportunas, se sienta en el primer asiento de la fila del lado de la puerta. Desde allí y vociferando, conversa con el chofer acerca de todo lo que acontece en el mundo, en el país, en la ciudad, y en el último de los casos, en sus propias casas. Lo perturbador de esta costumbre, es la imposibilidad, e incluso en algunos casos la culpa, que provoca el querer interpelar al conductor. Uno se ve obligado a interrumpir su charla placentera, quedándose con la impresión de que esta interponiéndose entre dos viejos amigos que hace años que no se ven cuando uno se dispone a romper su armonía.
Sin embargo, esto no es lo mas destacado del viaje nocturno en colectivo. El personaje por excelencia, es sin duda “el dormilón”. Este sujeto, que bien puede encontrarse en horarios de siesta, se relaja de tal manera en el transporte público, que lo adopta de cama temporal. Y vale la aclaración de que no estamos hablando de viajes de media o larga distancia sino de trayectos urbanos, de cómo mucho, una hora de duración. Lo perjudicial de su elección reside en que se vuelve un escollo infranqueable, cuando su cama es el asiento del lado del pasillo de un asiento de dos. El pasajero del lado de la ventanilla, queda literalmente atrapado sin salida a menos que retire de su ensoñación al compañero. Fea situación el tener que recurrir a el contacto físico para hacerle saber que es nuestro deseo el atravesar su aposento para abandonar el colectivo.
Es en vano intentar con susurros, o con accidentales choques. “El dormilón” permanecerá en el país de los sueños hasta que uno verbalice con todas las letras y todo el empeño de la voz su voluntad de pasar.
-Permiso... permisoooo..- intenta uno, casi en vano, viéndose por último obligado a vociferar – PERMISOOOOO! Tengo que pasar....
A lo que el señor soñador, responde en medio del sobresalto, con un gesto entre espanto y desorientación tras volver en vuelo charter del país de Nunca Jamás. Así, de volar con Peter Pan, regresa sin escalas al asiento del ómnibus sin saber como ni por qué, hay alguien a su lado que desconoce, y que le exige paso.

¿Y vos de que sueño te caíste al viajar en colectivo?


No hay comentarios: