lunes, 28 de julio de 2008

Del castillo al culebron


Cuando uno es pequeña siempre sueña con ser una princesa. Las nenas siempre fantasean con el castillo, el vestido majestuoso, el hada madrina, y, obviamente, el príncipe azul. Bastaba con esperar en el castillo, luciendo el vestido pomposo, retozando entre los jardines de la fantasía, que de un día para el otro, llegaría el príncipe, y seriamos felices para siempre. La historia era sencilla: “había una vez una princesa, que vivía en un castillo, tenia un vestido gigante y rosa (obvio) y un hada madrina. Un día vino el príncipe azul y fueron felices para siempre. Y colorin colorado, fin!” Las cosas eran tan sencillas en esos tiempos... y una era realmente feliz, porque no veía el futuro tan complicado.
Con el paso de los años, el cuentito fantástico, poco a poco fue decayendo. Tanto así, que de repente pasamos del la historia de princesas, a la novela de la 1 de la tarde. De ser la cenicienta pasamos a ser una mezcla extraña de Andrea Del Boca y Romina Gaetani. Lejos de la historia simple y sencilla en que el desenlace era sabido, y solo era cuestión de tiempo que llegara, ahora nuestro culebron cotidiano, se empeña en enredarse a mas no poder, de manera que mantenga la emoción hasta el final de la temporada. Solo que a veces (demasiadas) el desenlace no llega con las vacaciones, y nuestra novela del mediodía, tiende a parecerse a la interminable “verano del 98”. Uno espera y espera el final feliz en que el lindo se queda con la buena, y los malos caen en cana, y son todos felices, pero nada. Como todas las novelas en las que se quiere prolongar la historia, el nudo se transforma y la historia cambia de eje, y sigue, y sigue.
Yo no se si será que tengo la industria cultural hecha carne, o que miro demasiada televisión (o miré a lo largo de estos años), pero cada vez más veo mi vida como una novela de la una. Siempre esta el chico estrella que deslumbra, el segundo que termina estando siempre que el estrella no da bola, que es el paño de lágrimas, la enemiga que gana siempre y roba lugares, la consejera que hace las veces de hada madrina, y una lista de personajes de recambio, que va rotando en los papeles principales. Yo, como buena protagonista, voy enredando el desenlace, no valla a ser cosa que nos quedemos sin programación para el horario central. Y así, por ejemplo, elijo al equivocado, cosa que después tenga tiempo de arrepentirme, pero ahí el bueno ya no me quiere, así que me convierto en heroína despechada, melancólica y depresiva. Entre todo eso, la historia se ameniza con algún que otro quilombo laboral, familiar, académico, cosa que la novela no sea tan chata y rosa.
El punto principal es que la historia no puede ser sencilla y lineal. Si no se complica no vende, y el show debe continuar. Así que si por una de esas cosas, un camino liso y llano se me presenta como alternativa, si es la solución perfecta, la elección correcta, la evito!!!! Lejos de la historia de la princesa, que era simple y sencilla, la vida de culebron es enredada y retorcida. No acepta sencilleces, tiene que ser compleja. Sino no se adapta a la vida que llevamos.
Así es que yo me voy volviendo un híbrido entre “El amor en los tiempos de cólera” y “Ciega a citas”. Si hasta tengo mi teoría acerca del final de mis días. Me veo a los 30 haciendo un casting de hombres, al tiempo que me paso los findes en joggin y pantuflas; pero por otro lado, me imagino que los últimos años de mi vida, y después de enviudar (si, soy jodida, lo se) volviendo con algún amor platónico, o alguna historia del pasado. Pero mientras, hay que llenar las páginas del libro, y no propiciar un desenlace veloz.
El único problema de este devenir novelesco, es que con el transcurso de los años, no se nos valla subiendo la franja horaria, y terminemos siendo una novela costumbrista al mejor estilo Polka, y de ser una Natalia Oreiro, nos transformemos en una Maria Valenzuela, en el mejor de los casos (siempre hay una peor, pero bue, igual no conforma). Y en ese caso, creo que prefiero seguir en mi eterno Verano del 98...

viernes, 25 de julio de 2008

Trenes a ninguna parte ( o mi estadía en los andenes)



Hace varios días que un tema me ronda en la cabeza. No se si venga a tono con el resto de lo que por estos pagos aparece. (Últimamente me estoy volviendo demasiado seria y reflexiva, a donde fueron a parar las criticas a los remiseros? Será que ya ni eso me queda?) De lo que pensaba hablar es de los imprevistos. Los imprevistos uno no los elige, simplemente acontecen. Son sucesos que por algo del destino tienen la dicha/desdicha de suceder justo en ese momento, en ese lugar y de esa manera. Nadie sabe si es bueno o malo, si es lo mejor o no que sea así. Sin embargo, no a todos les toma el mismo tiempo procesarlos. Ojo, con todo esto me refiero a los “hechos” que van mas allá de llegar a la esquina y que se escape el colectivo, o que el despertador suene una hora mas tarde (aunque esto último quizás de alguna manera se relacione, ya van a ver). Me refiero a esas cosas que te detienen en el medio del camino y te exigen una toma de posición, una decisión acerca de algo que quizás no se tenia pensado decidir. Uno de repente se ve ante dos o más puertas sin la mas mínima planificación al respecto, sin analizar nada, ni siquiera estar al tanto. Simplemente aparecen. Y te obligan a atravesarlas. No hay escapatoria. Hay que pensar, y pensar ya. Sin discusión, debate ni planteos. Es solo A o B. Y ahí es donde me doy cuenta que tengo la odiosa manía de huir. Si no estoy sabiendo que me van a preguntar, como para planear la respuesta, me bloqueo y elijo la puerta de salida. Ni “A” ni “B”, solo “Esc”. No me gustan los imprevistos, por la sencilla razón que después me arrepiento de la puerta que no abrí. A mi me suena el despertador una hora mas tarde (he ahí la relación), proceso lento, necesito digerir las cosas. Soy cangrejo en el horóscopo, y mucho mas en la vida, crease o no. Ante lo imprevisto y amenazante, me escondo en mi coraza. Evado a mas no poder, en un intento de ganar tiempo, para elegir. Y es que de elecciones erradas, ya tengo catálogos. Si me preguntan si estoy en el mismo lugar de donde salí, sin dudas, que la respuesta es no. Ahora doy 620 mil vueltas mas para cada paso. Le busco la quinta, la sexta y la octava pata al gato. Y me escudo en argumentos casi infantiles a la hora de decir “no se”. No puedo no saber, tengo que saber, al menos que quiero, pero quizás no lo se, y ahí está el punto. Tal vez quiero ir viendo sobre la marcha, tal vez no quiero resignar nada en el intento, tal vez tengo miedo del fracaso, tal vez me canse de la aventura. Será que me cansé de esperar el tren que me suba, y de intentar atravesar puertas que no se abren, que ahora me siento en el anden tiempo por demás de excesivo a cerciorarme de que realmente esa puerta esta abierta, ese es el tren que me lleva a mi camino, y ahí hay un asiento para mi. Y de tanto esperar, de tanto analizar, obviamente, no puede pasar otra cosa, mas que el tren se vaya. Y el lógico, y no hay reclamo, más que a mi misma.
Quizás alguien me pueda explicar si estoy tan equivocada cuando pienso que no todo el mundo sabe lo que quiere. Aunque si estoy segura de que si lo tiene delante, debe darse cuenta... Vale darse cuenta al rato????